Córdoba vivió en los ochenta su particular eclosión cultural pero “no fue la panacea”. Artistas y políticos rememoran el compromiso de aquella época pero afirman que el panorama cultural presente ofrece más posibilidades al creador
Libertad, conocimiento y lucha”. Mensajes comprometidos como el de la obra de Tàpies, recogida en la exposición Aquellos ochenta, que hasta el 28 de febrero permanecerá en la Galería Clave, es lo que la llamada Era Dorada ha aportado a la historia. Ruptura, innovación, vanguardia, y, sobre todo, cambio, los ochenta son hoy sinónimo de efervescencia cultural.
En Córdoba, enterrados los últimos ribetes del franquismo y al amparo de la llamada Movida madrileña, se dio rienda suelta a la creatividad contenida y nuevos nombres e iniciativas comenzaron a animar el erial que era la ciudad. Ésta vive entonces una eclosión cultural nunca vista: en 1986 reabre sus puertas un remozado Gran Teatro, 32 compañías aúnan sus esfuerzos en la Federación de Teatro Independiente y se pone en marcha la Bienal Internacional de Fotografía, el Festival de la Guitarra y, al final del decenio, los talleres de Pedro Roso en la Posada del Potro, sentando las bases del panorama que se conoce hoy día. Pero, ¿qué queda de aquel espíritu rompedor? ¿Realmente era más dinámica la cultura de entonces que la actual? Artistas y políticos cordobeses que estuvieron en activo hace 25 años reconocen el compromiso ideológico y las ganas de entonces, pero aseguran que lo demás es más bien leyenda.
Así que el veredicto es unánime: todos echan de menos el ímpetu ochentero pero miran hacia adelante y abogan por la cultura del presente.
Escritores intramuros
Autores actuales como Juana Castro ya tenían en los ochenta una dilatada trayectoria. La poeta evoca los grupos de poesía Zubia, Cábila y Antorchas de paja, las tertulias de la Fundación Paco Natera y el reconocimiento de Cántico. 1984 fue el año de uno de sus miembros, Pablo García Baena, al que se le nombra hijo predilecto y se le concede la medalla de oro de la ciudad, mientras que 1987 es el del III Encuentro de Poetas Andaluces, tarea en la que colaboró José Luis Villegas, “que estaba metido en harina con nosotros”, apostilla la escritora.
Las facilidades comunicativas que brinda Internet, antes se solventaban con revistas como aquella Boronía o colgando carteles y repartiendo octavillas a quien cruzara por la calle. Ese espíritu romántico ha desaparecido, lamenta Castro, pero según añade, “ningún tiempo pasado fue mejor”. En el lado positivo de la balanza destaca que en la actualidad hayan aumentado tanto los hábitos como la iniciativa privada y los escritores que publican fuera de Córdoba, pues ella fue una de las pocas que lo consiguió gracias al premio Juan Ramón Jiménez, que obtuvo en 1989.
Una idea ésta que comparte Pablo García Casado, poeta que surgió de la cantera de los talleres de Pedro Roso en la Posada del Potro, la única iniciativa que añora por su “formación y continuidad”.
Por lo demás, “los libros centrales no se podían conseguir aquí, ni siquiera en la biblioteca”, asegura García Casado. Por eso afirma convencido que a una persona ávida de literatura le satisface más el panorama actual: “Hay una agitación cultural bestial, el doble o el triple de la que había antes”, concluye.
El arte que carecía de apoyo
En arte ocurrió lo mismo. “La efervescencia tuvo que ver más con las ansias de cambio que con lo que pasó en la realidad”, señala Jacinto Lara.
Antes no había ni apoyo ni galerías. Los únicos espacios donde se podía exponer eran Estudio Jiménez, Cajasur, la Posada del Potro y algún rincón del Ayuntamiento y la Diputación, por lo que los artistas decidieron actuar por su cuenta.
Así, al margen de lo que se cocía en las instituciones, fundaron la Asociación Sindical de Artistas Plásticos, incluyendo por primera vez a fotógrafos. La lista era interminable y comprendía a nombres como Antonio Povedano, Pepe Morales, López Obrero, Pepe Duarte, Miguel Cosano y el mismo Lara quien describe con nostalgia una muestra que organizaron en los jardines de República Argentina.
Porque se trabajaba en la calle y de forma colectiva. Los artistas eran radicales que abordaban temas crudos, bestias y “comprometidos”. De ahí que Lara prefiera “a nivel de crecimiento personal, aquel momento. Si no hubiera habido ochenta tendríamos que invertarlos porque somos consecuencia de ellos como de la resistencia de los noventa”, dice.
No obstante, a nivel artístico, Lara alaba la cultura del presente: “Me alegro de que los creadores jóvenes tengan más oportunidades. Aquello no fue la panacea. No es cierto que aquel fuera un tiempo mejor, sólo había más ganas de hacer y lo hacíamos los artistas de forma autónoma. Hoy las riendas del arte las han tomado las instituciones”, apostilla.
Ritmos estridentes en el hogar familiar
En los ochenta se pasó de no poder hacer nada a poder hacerlo todo. Los jóvenes se juntaban en las casas para ensayar, pegados a la radio a la hora de Diario Pop. Leían los últimos números de Disco Express y los grupos locales sonaban en las emisoras -“entonces era lo mejor que te podía pasar”-. Las tribus urbanas invadían los bares de la ciudad con cardados que desafiaban la ley de la gravedad y prendas ajustadas de combinaciones imposibles, y los festivales de música, como la extinta Muestra Poprockera del Teatro de la Axerquía, comenzaban a crear afición. “Estábamos tocados por el sello de la apertura y eso marcó las ganas de hacer. Parecía que todo era posible”, recuerda Pepe Atance, de las bandas La Reserva y Colectivo Paralelo y artífice de la web www.hechoencordoba.com.
Hoy la añorada muestra ha desaparecido pero la oferta musical se ha diversificado y multiplicado, cree Atance. Ahí están La Noche Blanca del Flamenco, Eutopía o Sound’akí demostrando “que el apoyo a la música no se ha perdido”.
A su juicio, las canciones de entonces se han erigido en himnos y es difícil encontrar cantantes con el carisma y la idiosincrasia propia de los de hace 30 años, pero como dj y productor musical Atance admite que “hoy es mejor momento para hacer música. Hay locales para ensayar y facilidades para grabar y para que te escuchen, igual que lo mejor está por venir una vez pasemos esta época de sociedades generales de autores y se haga una criba entre todos los que quieren ser artistas”, indica.
¿Qué ha cambiado y qué se conserva?
Uno de los políticos más decisivos de esta época en Córdoba fue José Luis Villegas, quien estuvo al frente de la delegación de Educación, Cultura y Ocio durante la corporación democrática 1983-1987. Villegas afirma que “la cultura actual debe mucho a la de los ochenta”. Los grandes eventos culturales de la actualidad como el Festival de la Guitarra y la Bienal Internacional de Fotografía se gestaron entonces. Hoy, no existen unas Jornadas del Cómic como aquellas que pusieron a Córdoba en la cresta de la ola internacional, pero existe Animacor. Se mantiene el festival de blues, el Aula de Poesía y se ha enriquecido la oferta de los distritos.
Después de tres décadas, necesidades como las infraestructuras se han cubierto y auguran un revulsivo en la ciudad con el Palacio de Congresos, el C4 y el Teatro Góngora que, junto con el Gran Teatro y la Axerquía, “brindarán a Córdoba de una red de escenarios estables”.
En cambio, otras siguen pendientes. Para Villegas hay que incentivar los hábitos culturales de los ciudadanos, el mecenazgo y el apoyo a los creadores. “Hoy hay un Gran Teatro que se ha quedado pequeño para atender la demanda y una Orquesta que dispone de una programación sostenida en el tiempo y respaldada por el público, pero todavía falta por madurar un buen programa de música, teatro y danza contemporánea y sobran algunas manifestaciones demasiado cordobesas con las que se incurre en un provincianismo impropio de la cultura de la globalización”, asegura.
Por lo demás, parece que lo único que queda de aquella cultura se ciñe a sus protagonistas, los artistas que no han perdido la visión romántica, entre ellos los que aquí aparecen. Como explica Villegas, “aquel contexto tenía elementos más genuinos que se han descafeinado un poco. Sin embargo, hoy hay más oferta cultural, más capacidad de producción y más recursos que antes teníamos que paliar con voluntarismo e imaginación. Hoy tenemos los recursos, pero carecemos de ese voluntarismo”, zanja.
Semanario La Calle de Córdoba
Libertad, conocimiento y lucha”. Mensajes comprometidos como el de la obra de Tàpies, recogida en la exposición Aquellos ochenta, que hasta el 28 de febrero permanecerá en la Galería Clave, es lo que la llamada Era Dorada ha aportado a la historia. Ruptura, innovación, vanguardia, y, sobre todo, cambio, los ochenta son hoy sinónimo de efervescencia cultural.
En Córdoba, enterrados los últimos ribetes del franquismo y al amparo de la llamada Movida madrileña, se dio rienda suelta a la creatividad contenida y nuevos nombres e iniciativas comenzaron a animar el erial que era la ciudad. Ésta vive entonces una eclosión cultural nunca vista: en 1986 reabre sus puertas un remozado Gran Teatro, 32 compañías aúnan sus esfuerzos en la Federación de Teatro Independiente y se pone en marcha la Bienal Internacional de Fotografía, el Festival de la Guitarra y, al final del decenio, los talleres de Pedro Roso en la Posada del Potro, sentando las bases del panorama que se conoce hoy día. Pero, ¿qué queda de aquel espíritu rompedor? ¿Realmente era más dinámica la cultura de entonces que la actual? Artistas y políticos cordobeses que estuvieron en activo hace 25 años reconocen el compromiso ideológico y las ganas de entonces, pero aseguran que lo demás es más bien leyenda.
Así que el veredicto es unánime: todos echan de menos el ímpetu ochentero pero miran hacia adelante y abogan por la cultura del presente.
Escritores intramuros
Autores actuales como Juana Castro ya tenían en los ochenta una dilatada trayectoria. La poeta evoca los grupos de poesía Zubia, Cábila y Antorchas de paja, las tertulias de la Fundación Paco Natera y el reconocimiento de Cántico. 1984 fue el año de uno de sus miembros, Pablo García Baena, al que se le nombra hijo predilecto y se le concede la medalla de oro de la ciudad, mientras que 1987 es el del III Encuentro de Poetas Andaluces, tarea en la que colaboró José Luis Villegas, “que estaba metido en harina con nosotros”, apostilla la escritora.
Las facilidades comunicativas que brinda Internet, antes se solventaban con revistas como aquella Boronía o colgando carteles y repartiendo octavillas a quien cruzara por la calle. Ese espíritu romántico ha desaparecido, lamenta Castro, pero según añade, “ningún tiempo pasado fue mejor”. En el lado positivo de la balanza destaca que en la actualidad hayan aumentado tanto los hábitos como la iniciativa privada y los escritores que publican fuera de Córdoba, pues ella fue una de las pocas que lo consiguió gracias al premio Juan Ramón Jiménez, que obtuvo en 1989.
Una idea ésta que comparte Pablo García Casado, poeta que surgió de la cantera de los talleres de Pedro Roso en la Posada del Potro, la única iniciativa que añora por su “formación y continuidad”.
Por lo demás, “los libros centrales no se podían conseguir aquí, ni siquiera en la biblioteca”, asegura García Casado. Por eso afirma convencido que a una persona ávida de literatura le satisface más el panorama actual: “Hay una agitación cultural bestial, el doble o el triple de la que había antes”, concluye.
El arte que carecía de apoyo
En arte ocurrió lo mismo. “La efervescencia tuvo que ver más con las ansias de cambio que con lo que pasó en la realidad”, señala Jacinto Lara.
Antes no había ni apoyo ni galerías. Los únicos espacios donde se podía exponer eran Estudio Jiménez, Cajasur, la Posada del Potro y algún rincón del Ayuntamiento y la Diputación, por lo que los artistas decidieron actuar por su cuenta.
Así, al margen de lo que se cocía en las instituciones, fundaron la Asociación Sindical de Artistas Plásticos, incluyendo por primera vez a fotógrafos. La lista era interminable y comprendía a nombres como Antonio Povedano, Pepe Morales, López Obrero, Pepe Duarte, Miguel Cosano y el mismo Lara quien describe con nostalgia una muestra que organizaron en los jardines de República Argentina.
Porque se trabajaba en la calle y de forma colectiva. Los artistas eran radicales que abordaban temas crudos, bestias y “comprometidos”. De ahí que Lara prefiera “a nivel de crecimiento personal, aquel momento. Si no hubiera habido ochenta tendríamos que invertarlos porque somos consecuencia de ellos como de la resistencia de los noventa”, dice.
No obstante, a nivel artístico, Lara alaba la cultura del presente: “Me alegro de que los creadores jóvenes tengan más oportunidades. Aquello no fue la panacea. No es cierto que aquel fuera un tiempo mejor, sólo había más ganas de hacer y lo hacíamos los artistas de forma autónoma. Hoy las riendas del arte las han tomado las instituciones”, apostilla.
Ritmos estridentes en el hogar familiar
En los ochenta se pasó de no poder hacer nada a poder hacerlo todo. Los jóvenes se juntaban en las casas para ensayar, pegados a la radio a la hora de Diario Pop. Leían los últimos números de Disco Express y los grupos locales sonaban en las emisoras -“entonces era lo mejor que te podía pasar”-. Las tribus urbanas invadían los bares de la ciudad con cardados que desafiaban la ley de la gravedad y prendas ajustadas de combinaciones imposibles, y los festivales de música, como la extinta Muestra Poprockera del Teatro de la Axerquía, comenzaban a crear afición. “Estábamos tocados por el sello de la apertura y eso marcó las ganas de hacer. Parecía que todo era posible”, recuerda Pepe Atance, de las bandas La Reserva y Colectivo Paralelo y artífice de la web www.hechoencordoba.com.
Hoy la añorada muestra ha desaparecido pero la oferta musical se ha diversificado y multiplicado, cree Atance. Ahí están La Noche Blanca del Flamenco, Eutopía o Sound’akí demostrando “que el apoyo a la música no se ha perdido”.
A su juicio, las canciones de entonces se han erigido en himnos y es difícil encontrar cantantes con el carisma y la idiosincrasia propia de los de hace 30 años, pero como dj y productor musical Atance admite que “hoy es mejor momento para hacer música. Hay locales para ensayar y facilidades para grabar y para que te escuchen, igual que lo mejor está por venir una vez pasemos esta época de sociedades generales de autores y se haga una criba entre todos los que quieren ser artistas”, indica.
¿Qué ha cambiado y qué se conserva?
Uno de los políticos más decisivos de esta época en Córdoba fue José Luis Villegas, quien estuvo al frente de la delegación de Educación, Cultura y Ocio durante la corporación democrática 1983-1987. Villegas afirma que “la cultura actual debe mucho a la de los ochenta”. Los grandes eventos culturales de la actualidad como el Festival de la Guitarra y la Bienal Internacional de Fotografía se gestaron entonces. Hoy, no existen unas Jornadas del Cómic como aquellas que pusieron a Córdoba en la cresta de la ola internacional, pero existe Animacor. Se mantiene el festival de blues, el Aula de Poesía y se ha enriquecido la oferta de los distritos.
Después de tres décadas, necesidades como las infraestructuras se han cubierto y auguran un revulsivo en la ciudad con el Palacio de Congresos, el C4 y el Teatro Góngora que, junto con el Gran Teatro y la Axerquía, “brindarán a Córdoba de una red de escenarios estables”.
En cambio, otras siguen pendientes. Para Villegas hay que incentivar los hábitos culturales de los ciudadanos, el mecenazgo y el apoyo a los creadores. “Hoy hay un Gran Teatro que se ha quedado pequeño para atender la demanda y una Orquesta que dispone de una programación sostenida en el tiempo y respaldada por el público, pero todavía falta por madurar un buen programa de música, teatro y danza contemporánea y sobran algunas manifestaciones demasiado cordobesas con las que se incurre en un provincianismo impropio de la cultura de la globalización”, asegura.
Por lo demás, parece que lo único que queda de aquella cultura se ciñe a sus protagonistas, los artistas que no han perdido la visión romántica, entre ellos los que aquí aparecen. Como explica Villegas, “aquel contexto tenía elementos más genuinos que se han descafeinado un poco. Sin embargo, hoy hay más oferta cultural, más capacidad de producción y más recursos que antes teníamos que paliar con voluntarismo e imaginación. Hoy tenemos los recursos, pero carecemos de ese voluntarismo”, zanja.
Semanario La Calle de Córdoba